Alguien sabe, alguien dice algo bajo una eternidad de astros olvidados,
dice un año, 1787, y retornan a ser verdes las praderas donde pastan los bisontes,
palabras de cuero, animales donde aún vive el espíritu, los enigmas, el viento.
Entra entonces la vida y dice alguien sabe,
el saber es un paisaje donde crecen los sueños que despertó Walt Whitman,
una tribu al fondo del azar cuando ya no existe horizonte.
Mil setecientos no es un lugar de la infancia, mil setecientos ochenta y siete
es una fecha en los almanaques de la imaginación.
Quién fue feliz, quién oyó la velocidad de las lunas de Júpiter
mientras giraba el cosmos el cerebro de Newton.
Alguien sabe, alguien llama a esta hierba el Siglo de las Luces,
dice Guerra de los siete años, dice Carlos II de España el Hechizado,
mientras pastan los bisontes, mientras los escuchan las piedras.
Hay una luz temblorosa encadenada a los pies de la Revolución Francesa,
hay una bandera bordada con estrellas por los caídos de la Secesión,
hay un despojo y ruina del despojo y tumba para el despojo.
Tiemblan al otro lado del mundo las chozas de paja bajo los alerces de Arauco
ruedan las rocas del inca sacudidas por el terremoto de Lisboa,
lo que no está cerca está lejos y de eso se hace el otoño y el humo.
Alguien sabe estas cosas, el bisonte que es cerca, la tristeza que es lejos,
el que huye por un libro en dirección al Oeste y aprende ese libro,
al que llama Gran Misterio a la voz de los lagos.
Eso soy, una mezcla de calamidades y niña, una pulsera de razón y deseo.
Pastan los bisontes sobre las ruinas de Pompeya hierba roja,
heno del jardín de los Medicis pastan las caballerías en las reservas apaches.
Alguien sabe, alguien dice 1787, en el siglo de Bach y Catalina la Grande,
el año de Halcón Negro en la orilla mojada del río de las resoluciones.
Durante treinta millas se cabalga lo que se imagina en un día,
durante un día se cabalga lo justo para acercarse a la muerte.
No soy Diderot ni Águila Blanca, no soy Pies de Luna ni Luis rey de Francia,
pero tengo paciencia para recordar y paciencia para dibujar un círculo oscuro,
dentro de él está Schiller, hermano de los bisontes,
dentro de él piensa Voltaire, filósofo de los bisontes,
dentro de él llora George Washington, ex presidente de los bisontes.
Alguien sabe, alguien conoce la genealogía de los pájaros
y distingue los pasos de una conciencia blanca de la huella blanca de un perro.
Para eso sirve desconocer todo lo que no está escrito en las nubes,
ser amante de las secuoyas que sacan brillo por las noches a la estrella del sheriff.
Esa soy, la que acuesta su sombre en la frontera de la intemperie y levanta los ojos,
las palabras que salen de caza y escuchan a Mozart cuando retumba el bisonte.
Una pluma de la suak, otra pluma de la tribu fox, hacen un Pájaro Lluvia,
una línea de Kant, otra línea de Rousseau, hacen un Pájaro Libro.
Someone knows, someone says something beneath an eternity of forgotten stars,
speaks a year, 1787, and the prairies where bison graze return to green,
words like leather, animals where the spirit, enigma, wind still lives.
Life enters, then, and speaks: someone knows,
knowledge is a landscape where the dreams Walt Whitman woke to grow,
a tribe on the back side of fate when the horizon no longer exists.
Seventeen hundred is not a childhood site, seventeen hundred and eighty seven
is a date in the almanac of the imagination.
Who was happy, who heard the speed of Jupiter’s moons
as it whirled about in the cosmos of Newton’s brain.
Someone knows, someone has named that herb Age of Enlightenment,
says, Seven Year War, says Charles the Second of Spain, the Bewitched,
while bison graze, while the stones listen to the sounds they make.
A trembling light is chained to the feet of the French Revolution,
a flag embroidered with stars by those who fell in the Secession,
plunder and the ruin of plunder, and a grave for the plunder.
On the other side of the world straw shacks tremble under the Araucanian larches
Incan stones jolted by the Lisbon earthquake roll about,
what’s not close is far off, and autumn, and smoke are made of these.
Someone knows these things, the bison that’s close, the sadness that’s far off,
and flees to the West in search of a book and learns that book,
and names the voice of the lakes, Great Mystery.
That’s me, a jumble of calamities and girl, a bracelet of reason and desire.
Bison graze the red grass on the ruins of Pompey,
the horses in the Apache reservations graze hay from the Medici garden.
Someone knows, someone says 1787, in the century of Bach and Catherine the Great,
the year of the Black Falcon on the wet shores of the river of resolutions.
Over the course of thirty miles
I’m not Diderot or White Eagle, I’m not Moon Feet or Louis King of France,
but I’ve got the patience to remember and the patience to draw a dark circle,
inside it is Schiller, friend of bison,
inside it thinks Voltaire, philosopher of bison,
inside it George Washington, ex-president of bison, weeps.
Someone knows, someone knows the genealogy of birds
and discerns the steps of a white conscience from the white footprint of a dog.
That’s the use of not knowing everything that’s written in the clouds,
to love the Sequoya that shine the sheriff’s badge in the night.
That’s me, the woman who lays down her shadow
beneath an open sky on the borderlands and lifts up her eyes,
the words that leave for the hunt and listen to Mozart when the bison thunder.
A feather from the Sauk, another from the Meskwaki make a Rain Bird,
a line from Kant, another from Rousseau, make a Book Bird.
Translated from Spanish to English by Jeremy Paden